El café

Madrid, 15 de abril de 2011

Hola:

Parece mentira, pero ya hace más de un año que desistí de aquella invitación nunca respondida. Aquel café ya se quedó frío, tal vez sobre la mesa de algún bar cercano, y mi esperanza de volver a verte: helada, perdida y desolada porque no lo hice, porque no apareciste ni contestaste mi llamada.

Recuerdo que el tono sonó varias veces hasta que decidí colgar. Puede que fueran tres o cuatro…No lo sé. Puede que fueran más de dos. Mis nervios a flor de piel y mi mente pensando rauda una frase que decirte, de carrerilla, sin sentido y sin espera de una respuesta igual de elaborada.

Después, varios mensajes al móvil, un mail, más llamadas. Nada.

Sólo me queda la esperanza de que unas letras escritas sobre un papel, este papel, te hagan ver que te echo de menos y que aquel café aún sigue estando entre mis planes para cualquier fin de semana que quieras o te apetezca compartir azucarillos, unas risas o simplemente un café con posos, de los de cafetera de bar.

Porque nada ha cambiado desde entonces. Sigo entonando el mea culpa  por no haber sabido educar a mi perro, por encontrarme solo cada vez que llego a casa y por gastar más de lo que puedo permitirme. Estos son mis pecados confesables. Los otros, los demás, pensaba compartirlos contigo frente a un café solo…o con leche.

¿Sabes? Sigo en el paro. Continúo soñando en esa oportunidad que nunca me llega. He hecho algunos bocetos desde aquél que te dije que haría a todo color…pero nada. Están escondidos en el cajón, junto a los retratos y los bodegones que le hice a mi madre. Como te decía nada ha cambiado.

Sigo teniendo miedo a la página en blanco, al lienzo vacío, a las acuarelas que me amenazan entre color y color con no querer colorear nada. Y ni siquiera los carboncillos me ayudan. Puede que me haya quedado sin ideas. Sin ideas y sin ganas de esperar más que ese café que me debes y no llega.

Sólo espero que estés bien. Más que yo.

Sinceramente tuyo.

Yo. 

Ya llego

No te preocupes. Ya llego. No tardaré mucho. Quizá sólo te haga esperar un poco. El marcador del andén ya no señala el tiempo que tardará en llegar el siguiente tren. Estás cerca y yo...también. En nada llego. Se me hizo tarde al final. Como siempre. Espérame a la salida de la estación, con suerte puede que ya no llueva. De todos modos, podré controlar el tiempo cuando me meta en el vagón. Se ve tan cerca lo que está tan lejos...No te apures, que ya llego. Ahora te veo. Te dejo, me quedo sin cobertura. Ciao.

BUENOS AIRES


¡Qué difícil! ¡Qué difícil describir esta ciudad con los cinco sentidos!

Buenos Aires es… Buenos Aires es…


Es ruido; son calles con el piso desconchado; calles estrechas y grandes avenidas; es una ciudad con la avenida más ancha del mundo; es contraste; es tango; es canción y milonga; bife; parrilla; patatas asadas y mollejas de vaca. Es un pañuelo blanco que mira al futuro con esperanza, es un grito de libertad; es corto de café y conversación, mucha conversación; son miles de teléfonos móviles pegados a la oreja; antenas parabólicas; aires acondicionados que chorrean gotitas por cualquier rincón.

Buenos Aires es mate, es más, más y más mate; parques con flores gigantes; cementerios; pasado y futuro; cultura; literatura; libros de segunda mano; más cafés; cerveza Quilmes; artesanía; remises; más contraste; curiosidad; dulce de leche; palabras dulces, acento dulce; fútbol; hinchada; pasión; sonrisa; WI-FI de pago; justicia; incomprensión; mes de mayo; puerto; parrilla libre, parrilla al fin y al cabo. Es obelisco; Colores en Caminito; cuero; pizza en Guerrín; brocheta de ternera; Corrientes; tarjeta telefónica; Italia e italianos; paseadores de perros; cartoneros; teatro; Río de la Plata y rivera; tren hasta Chacarita; ¡porca miseria! Psicoanalismo; psicoanalistas; surrealismo; fotografía; arte; sol austral.

Buenos Aires es voseo; es Suipacha con Tucumán; colectivos; San Martín; libros; Borges; metáfora; UBA; paseos por Palermo, Palermo de día y San Telmo de noche; es hombres-anuncio frente a los coches y bajo el cegador sol del verano de febrero; abogados frente al Palacio de Justicia; formularios de venta en el suelo; más abogados; moda pasajera; diferencia de clases; más contraste; bancos sin capital; Revista Barcelona; es tocar el cielo con la palabra.

Buenos Aires es… ¡che!, ¿qué es?, es Revolución, es soñar con el sentir Sudamericano en una sola mano, es querer luchar y abrazar el futuro con los dedos, es expresión, es ironía. Es punto y seguido.

El País de los Lotófagos

Cuenta Homero en la Odisea que cuando Ulises y el resto de su tripulación regresaban de Troya camino de Ítaca, el viento les hizo deparar en el País de los Lotófagos (Isla de los Comedores de Loto), un lugar en el que sus habitantes se alimentaban de flores de loto, cuyo dulzor y buen sabor hacía olvidar a quienes lo probaban de todo cuanto guardaban en la memoria.

El regreso a Ítaca peligró en tanto en cuanto los compañeros de Ulises se olvidaron de que debían volver a sus casas, porque en su mente, ni patria, ni casa, ni familia recordaban tener.


Transformemos ahora las flores de loto por cualquier producto audiovisual que ingerimos pasada la hora de la comida en cualquiera de los canales de la Televisión. Probemos ahora a transformar estas flores por cualquiera de los mensajes que, como noticia, se publican y desmienten casi al instante y tornan a llamarse ‘rumores'.

Cambiemos por último estas flores de loto por los mensajes de contenido económico, político, religioso o social que aceptamos como reales porque así nos obligan a hacerlo las fuerzas mayores de la Sociedad de la Información en que nos encontramos inmersos.

Sumemos a toda esta droga, el adormecimiento de la Sociedad civil, el desengaño por la política y la desconfianza por quienes dicen gobernarnos y actuar de oposición.

He aquí el resultado: ni siquiera reconocemos que está en nuestra mano el cambio, que la Sociedad civil la formamos todos...y lo que es peor, que ya no sabemos regresar a Ítaca.

Una reflexión

Cuando la debacle de la economía mundial estaba a punto de encaramarse a las últimas ramas del árbol de la salvación intentaron convencernos de que la crisis económica no llegaría a nuestras saneadas cuentas, que el bandazo inmobiliario yanqui nada tenía que ver con nuestra dilatada carrera como constructores de fantasías envueltas en hormigón y ladrillo.

Pero cayó. De repente un día desayunamos con un boom especulativo que había sido eso desde el principio pero que se había maquillado hasta el punto de endeudar a la mitad de nuestra población. Y siguió cayendo hasta hacer caer grandes corporaciones del tamaño de las urbanizaciones fantasmas construidas por ellas; hasta obligar al cierre a las grandes empresas surgidas para hacerse aún más grandes. Y lo pequeños comenzaron a rememorar viejos tiempos en los que los bancos examinaban cada punto y coma de nuestras nóminas y estudiaban cada caso. Atrás quedaron los días en que con un recibo del teléfono podían estudiar tu caso para concederte una hipoteca de por vida y regalarte, además, un crédito para la compra de un coche y un balón de playa.

Atrás. Como atrás se quedaron los desempleados que empezaron a engrosar las listas del paro. Desempleados de empresas que, cual imanes, se han ido dirigiendo al ojo del huracán y han sido expulsadas al margen de los que no provocaron la crisis pero sí han sido afectados por ella.

Como siempre, pagamos los mismos. Como siempre, quien se lamenta de no cobrar una prestación digna porque ya ha agotado su tiempo, no son los dueños de fortunas o los administradores de sociedades que engordaron como los pollos de granja en tiempos de bonanza. En aquellos tiempos en que creímos que la prosperidad no guardaba encerrada y oculta la trampa del que tiene todo pero no tiene nada.

Hoy cae la bolsa, los mercados mundiales se extrañan de las mentiras nacionales que han ocultado números rojos; los grupos políticos secretos reunidos (como un verdadero secreto a voces) para decidir el devenir mundial reflejan en sus rápidos encuentros el desconcierto en que se ha convertido el hablar de crisis y a la vez de mejoras. Los sindicatos salen a la calle pidiendo algo que ya está cocinado de antemano, en ollas a presión que algún día volverán a estallar. La demagogia se ha convertido el padrenuestro con el que nos vamos a la cama y con el que untamos las tostadas del desayuno por la mañana.

Porque, mal que nos pese, nos ha acabado envolviendo la espesura de una mentira de alcance mundial. Y tenemos que tener la fuerza suficiente para darnos cuenta e intentar salir. Aprendiendo que el pasado es sólo pasado y el futuro aún está por construir.