Minuto 1

Una bocanada de aire marca el minuto uno para el comienzo de una nueva vida. Desde fuera, caras de felicidad y de ánimo ayudan a dar los últimos empujones que permitirán poner a cero todos los contadores. Un llanto, sin más lágrimas que las que salen por parte de los que presencian la escena, alivia la tensión acumulada durante horas de espera. 

Cansancio, emoción, tensión y nervios se unen para construir una nueva burbuja creada cuyas paredes están formadas simplemente por rayos de felicidad y reflejos de toda la emoción contenida. 

Ya estás aquí, temblando, proyectando bajo tus berridos la alegría de tus padres, abrazándote a la vida con toda la fuerza que tu pequeño y frágil cuerpo puede acaparar. Eres pequeña, pero lo suficientemente grande para no caber en el espectro óptico de quienes te observan dudando entre abrazarte hasta la extenuación o dejarte evolucionar a tu particular ritmo, el ritmo de los novatos, en el que un minuto no tiene sesenta segundos sino todo el tiempo que de repente ha puesto frente a ti la eternidad.

Localizas un punto al que agarrarte con la boca, y te enganchas a la vida, sin llantos, sin nervios, con toda la naturalidad que tu diminuto cuerpo es capaz de sobrellevar.

Y regalas pucheros y movimientos de boca que parecen marcar ya una temprana sonrisa, derrochando energía, inocencia y una enorme pureza, tan inmensa que consigue transformar todo el miedo de la novedad en ternura e instinto protector.

Te mueves, te mueves mucho. Lloriqueas y abres los ojos buscando algo que probablemente ni siquiera veas.

A continuación, una promesa, la de cuidarte hasta que te canses de que te cuiden inunda el minuto dos, el que sigue al del principio de todo, y que crecerá a medida que vayan pasando los microsegundos de esta vida que acabas de iniciar.