Esos dos

Llegada la primavera, se les veía pasear por el parque cada día. Sorteaban las terrazas de los bares y siempre acababan entrando en la heladería que estaba en medio de todo el paseo. Un cucurucho de fresa para ella y una cucharilla de colores para él.

Era sabido en el barrio que ambos disfrutaban del sol, de los árboles y del permiso que el sanatorio les daba todas las tardes de 17:00 a 19:00. Pero preferían este parque al que se veía desde sus dependencias. Así podían mantener el anonimato.

Todos sabían que, con diferente grado, a cada uno le faltaba un hervor o un tornillo. Pero era bonito sentir en tercera persona cómo habían pasado de la simple caminata catártica al paseo de los mayores enamorados del reino.

Ella, fea como un dolor. Él, más bien achaparrado.

Se reían, hablaban, compartían helado, discutían y a veces hasta se besaban. Pero nunca se miraban a los ojos. Al parecer, era una de sus rarezas.

El verano les regalaba calor y les animaba a adentrarse en el parque para ver a los patos del estanque. Solo a veces, porque prácticamente cumplían a rajatabla los mismos pasos del mismo paseo de siempre.

Un día cambiaron de rutina y entraron en el mesón a pedir un vaso de agua. Nadie ha olvidado desde entonces la cara de sorpresa de él cuando vio que ella bebía el agua del grifo sin inmutarse siquiera. Se limpió sólo las comisuras de los labios con la punta de los dedos índice y le besó en la frente. Se marcharon sin hacer ruido, cogidos de la mano y mirando fíjamente al frente, como si la vista les empujara sin querer camino del sanatorio.

Desde que ese día volvieron, no regresaron más. Ni al paseo, ni a la heladería y mucho menos al mesón.

En el barrio se rumoreaba que al cerrar el sanatorio dieron de alta a todos los internos, pero tambièn hay quien afirma que ahora esos dos son asiduos de los paseos en autobús: dos paradas les dan para dos besos apenas robados.

No sé si el tiempo dará la razón, pero al menos, con estos dos, ha ayudado a avanzar algo.

El tímido viaje de la hoja

Se asoma tímidamente hacia afuera, divisando a qué distancia le queda el suelo desde la última rama del árbol en que se encuentra. Allí abajo, un lecho de hojas castañas y doradas la esperan como cada noviembre, marcando el paisaje otoñal de la avenida. Al más mínimo soplo, las acompañará y, quién sabe, quizá un niño la recoja y convierta en parte de un bonito mural sobre las estaciones para un trabajo del colegio.

Se deshace del vínculo y, dibujando medias lunas sobre el aire, se lanza al asfalto. 'Es que quiero ser como ellas, estar como ellas', se dice mientras cae. Y ahí, acurrucada como las demás, poder descansar junto al resto de lanceoladas.

Juntas, toda una vida

Comenzaron comentando entre clase y clase los capítulos de La Aldea del Arce de la tarde anterior. Eras muchas las novedades ocurridas a la conejita Patty y al osito Bobby. Y así, entre canciones de infancia, entre osos amorosos, episodios de Barrio Sésamo y personajes como los Snorkels, los Picapiedra o Oliver y Benji, fueron afianzando una amistad que nació entre bolas de plastilina y cartulinas de colores y se selló para siempre el día en que los comentarios se redujeron a series como Cinco en Familia o Aquellos Maravillosos Años.

Steve Urkel o el Príncipe de Bel Air comenzó a perfilar sus gustos en común por la comedia, diferenciando a cada una por el hecho de que a S le gustaba más el humor fácil y a la otra S le iba el análisis de ese humor que, al fin y al cabo, también le hacía gracia, para qué negarlo.

Melrose Place y Beverly Hills 90210 las acompañaba tímidamente a una adolescencia que comenzaban a vivir de la mano.

Hasta que Friends llegó a sus vidas como un tifón. A golpe de risas y de sketches, las obligaba cada tarde a salir rápido por la puerta del Instituto para llegar a cada una de sus casas y ver los últimos minutos de esos 15 que duraba cada episodio en Canal+. Luego, una llamada de teléfono que se prolongaba a lo largo de más de media hora, ponía el broche final a una divertida tarde.

La entrada a la Universidad supuso su separación académica. Cada una por su lado, se esforzaba por recuperar capítulos no vistos, bromas mil veces comentadas y risas compartidas de esos seis amigos que vivían en la Gran Manzana.

Hoy siguen charlando, siguen mezclando risotadas con ocurrencias vividas en sus respectivos trabajos, pero a nivel de series, cada una ha forjado su carácter y las diferencias son evidentes: mientras a S, la del humor facilón, comenzó a interesarle la Historia y se declara fan incondicional de series como Roma, Isabel o Cuéntame, la otra S prefiere Juego de Tronos.

No olvidarán cómo aquél '¿Cómo va eso?' les mostró que no es tan complicado o idílico ser 'amigas para toda la vida' cuando gustos tan diferentes se dejan ver con la duración de una carcajada.