La noche es cerrada. Una noche de luna tapada y de estrellas ocultas bajo un espeso manto negro.
El ladrido lejano de un perro me ha asustado hasta el punto de querer asomarme por la ventana. Y mientras intento alcanzar con la vista algo más allá del primer árbol, inspecciono el cristal que la lluvia de ayer ha convertido en moteado.
Dicen que en noches como la de hoy, en las que el frío acartona cada una de tus extremidades, y en las que no hay más luz afuera que la que desprende el farolillo de mi puerta, es fácil que aparezca la 'idad' del bosque.
Tal vez sean sólo habladurías. Tal vez.
Vuelvo a mi mecedora y busco con la mirada a mi gato, con la intención de continuar obligando al tedio a desaparecer mientras miro de nuevo hacia la ventana y bostezo.