Entre nube y nube, la cometa

Se ha pasado la tarde rematando a conciencia las varas metálicas que hoy forman el esqueleto de su nueva cometa. Las ha envuelto con telas de mil colores que entremezcladas entre sí no dejan ver lo roídas que están. 

Pese a la artrosis, sus manos huesudas han trenzado los hilos que unen los mil y un pedazos de tela y se han movido con eterna parsimonia con el único consuelo de que el cariño con que lo ha hecho es el mejor de los combustibles. 

Tras el último nudo, ha recogido la borla que pone el broche final a su cometa y se ha echado a la calle sin dejar de mirar entre las nubes el azul del cielo. 

En una mano lleva el armatoste de mil colores y en la otra, la silla de camping de color verde que hace unos años compró con intención de disfrutar más de la naturaleza. 

Ni diez minutos tarda desde su casa hasta el montículo más alto del parque. Y allí, rodeado de niños y curiosos que detienen su paseo para ver volar la cometa a este viejo, vuelve a mirar al cielo convencido de que la verá, de que recibirá la señal de que ella también lo está viendo desde allí arriba, de que reconocerá que los mil y un retazos de tela que pacientemente él ha compuesto, son suyos, son parte de su ajuar, de sus manteles, de su ropa y hasta de sus delantales con los que cocinaba comidas horrendas. 

Él vuela la cometa con una sonrisa, porque con el viento parece que ella la atrae hacia sí, con fuerza. 

Tardó más de dos meses en fabricarla. Pero el tiempo ha merecido la pena, porque esta vez parece que ella sí ha reconocido la tela, las varas y hasta los brillos de las lentejuelas doradas que le quitó a uno de sus pañuelos. El viejo está convencido: "Esta vez sí, esta vez me ve".

Una nota

He sabido por la vecina del pueblo que has vuelto. Hace ya mucho tiempo que no nos vemos, que no sé de ti. El peso de los años ha borrado todos mis recuerdos, y el pasado se divierte trayéndome a la memoria retazos dispersos de lo que fuimos, de lo que nos reímos y de lo que llegamos a soñar, que por cierto, no es para nada parecido a lo que tenemos. 

Trato de entender el porqué de tu regreso imaginando que tal vez me echabas de menos. Pero ni soy la razón de tu vuelta ni pretendo. Rompiste el trato. 50 años son 50, ni uno menos, ni uno más. 

Yo sigo viviendo en la casa de las buganvillas, viendo cambiar todo desde la distancia. La panorámica sigue siendo la misma, pero la estampa no. 

Tal vez volvamos a encontrarnos. Quizá nos veamos y no nos reconozcamos. Pero es mejor así. 

Dejaré dicho a tu vecina que eres tú quien se fue y has de ser tú quien vuelva a buscarme. Y dentro de 50 años esta nota será la señal de que el tiempo puede recogerse en cuatro líneas mal escritas. Aunque solamente sea para encerrar reproches. Los que mereces.