Las cosas de Callao

Septiembre ha arrancado al cielo las primeras gotas del verano, y como aseguran los hombres del tiempo, parece que las de esta tarde serán las últimas. Llueve en Madrid, pero pese a la tormenta, la plaza de Callao está tan llena de gente como siempre. Gente que corre camino del metro, enamorados que, ajenos a la lluvia, pasean grabando todos los segundos de este sábado, saboreando cada momento y reviviendo una primavera que puede prolongarse indefinidamente.

Muchos caminan con pasos cortos, resguardándose bajo las puertas de los comercios y otros incluso fingen que entran a mirar y a comprar, ocultando a los dependientes que en realidad tienen miedo a mojarse. 

Una pareja corretea bajo las gotas buscando con la mirada cuál será su próximo destino. Ella lo abraza con cariño sujetando su cintura, evitando que se resbale. Y él, sonríe con ternura, feliz.

Bajo el neón de una tienda de moda, un grupo de amigas ríe. Parecen divertidas. Bromean unas con las otras, corretean y gritan mientras los viandantes pasan a su lado y giran la cabeza intentando detectar cuál será el secreto de su alegría. Están celebrando la despedida de soltera de una de ellas. Y mientras cantan al unísono canciones que sólo ellas conocen, una mujer toca el violín, triste e impasible, fijando la mirada en los adoquines, perdida, ajena a nada más que su cuerpo y su violín.

Y la música inunda por un momento toda la plaza. Roba la atención de los que se resguardan y hechiza la tarde. El sonido desafinado del violín ha obligado a girar la cabeza al hombre que, ataviado con sus peores galas, se ha aventurado hoy, por primera vez en su vida, a salir a la calle con sus tres gatos y un cartel escrito a mano, a pedir limosna. Lleva mucho tiempo desempleado. "Éste no es un camino indigno", piensa para sí.

Y de nuevo todas y cada una de las situaciones, de las miradas, de los movimientos, consiguen describir a la perfección el alma de esta plaza, que nunca duerme y que convierte cada tarde a la ciudad en la urbe de las mil caras: que celebran, que ríen, que corren...Una plaza que acoge vidas y almas llegadas de todas las partes del mundo, sin importarle a dónde se dirigen ni qué harán al día siguiente.

Una propuesta

"Escapemos juntos al parque", le decía, mientras le agarraba con fuerza las manos.

Aún recordaba la dulzura de esa niña y su propuesta. Esos ojos almendrados que con cariño le señalaban el camino hacia los columpios.

Todavía hoy es capaz de saborear ese momento. No tiene más que mirarla y rescatar de entre los pliegues de la piel de sus manos el calor de antaño. Porque al mirarla, sus ojos continúan despidiendo la chispa de la alegría. Aquella que le convenció una tarde para escaparse al parque.