Verano

Quema el asfalto en la calle. El aire corre caliente y casi quema. Una bola de pelusa sube zigzagueando hasta postrarse sobre la baranda de su balcón, pero no entra. Él, tumbado sobre la esterilla de paja en un extremo de su pequeño salón, cierra los ojos y recuerda cómo suenan las olas dejando estallar su furiosa carrera sobre la orilla de cualquier playa. Reproduce el sonido de las gaviotas y parece que sintiera la brisa, parece que le despeina…y no puede más que sonreír.
Abre los ojos y vuelve a estar en el centro de Madrid. El aire quema y los termómetros se acercan a los 40 grados. Apoya sus manos sobre la misma baranda que le muestra la Gran Vía y mira a su izquierda, hacia un horizonte repleto de altos edificios, teñido de azul y naranja. Se siente lejos de la ciudad y por un momento se cree en medio de cualquier pueblo de la Riviera Francesa. Se pierde entre sus calles y aspira el dulce olor de los gofres recién hechos.
Sonríe.
Al fin y al cabo no se está tan mal.

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