Teresa mira hacia la ventana con sus ojos azules distraídos, viendo cómo los niños corretean camino de la Ermita. Tiene la mirada perdida y en su mente el recuerdo de la Gran Vía allá por los años 40 cuando viajaba en burro desde los ‘Barrerones’ hasta el centro del pueblo. Han cambiado mucho las cosas desde entonces. Sin ir más lejos, las calles, ahora empedradas, antes escupían polvo a cada paso de los caminantes, que iban y venían del campo, de trabajar, de vivir, de disfrutar de unos terrenos que nunca eran suyos pero que trabajaban como si lo fueran.
Han pasado muchos años, pero la vida de Teresa Caminero Rayo se recuerda en casa cada verano, al pie de la mesa camilla, frente al televisor, junto a sus nietos, que ya conocen la historia. Su vida podría ser igual que la de los cientos de abuelos de nuestro pueblo. Sus ojos los delatan: recuerdan con nostalgia el pisar descalzos las calles de Logrosán; el coser las alpargatas que llevarían al baile, en las fiestas; el cortejo de sus novias; las primeras discusiones; sus enlaces en la Iglesia de San Mateo, cuya torre y campanario aún mantienen viva su función de vigía de las calles aledañas y donde todavía hoy siguen casándose los jóvenes del pueblo, los hijos de los hijos de muchos de los compañeros del campo de Teresa. En su casa se recuerda cómo eran antes las fiestas.
Y entre recuerdos, Teresa se debate observando el acicalamiento de su nieta, la llegada de sus familiares desde Madrid, la llegada de otros vecinos que vienen de fuera y que dejaron el pueblo para buscar fortuna más allá de Cañamero.
Recuerda. Observa. Y se limita a comentar, ¡qué bonitas las fiestas de antes!, ¡Qué bonita ponían a Nuestra Señora del Consuelo!, ¡Y qué bonita estará la Plaza!
Porque Teresa hace ya mucho tiempo que no pasa de esa Gran Vía que ha sido su hogar desde que se casó. Hace tiempo que las piernas no le responden y que las ganas de vivir y de disfrutar de Logrosán se quedan en el quicio de la puerta de su casa, en el número 111.
Saluda a las vecinas desde la ventana de la cocina. Sale a pasear dos puertas más allá, pensando cuánto tardará en regresar a la mecedora. Son fiestas, piensa. Y el pueblo vuelve a estar lleno de gente, en las calles se ven los coches de los que se fueron.
Teresa ve pasar familias enteras y regresa al salón de la casa de su hija, deseando tomarse un vaso de leche e irse a acostar. Ha sido un día largo.
En homenaje a todos nuestros abuelos
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