Dicen que algunas ciudades como Madrid no permiten percatarse de lo que les pasa a tus vecinos. Se vive tan rápido que el día a día se reduce a dos cafés mal tomados, largos y continuos vistazos al reloj, prisas y mucho trabajo.
Sin embargo, yo tengo vecinos que se toman las cosas con más calma. Sin ir más lejos, la del segundo, acaba de tener a su tercer hijo. Por lo visto dejó de trabajar al enterarse de que estaba embarazada por primera vez y desde entonces no ha dado un palo al agua. Se toma con calma, cada mañana, el ir a por el pan y hacer la compra de la semana. Se toma con calma el leer la correspondencia. E incluso ir a recoger a sus hijos a la guardería, pues muchas mañanas sé que llega tarde porque otros vecinos ya vienen con sus vástagos de vuelta a casa cuando ella aún ni siquiera ha salido del portal.
La Señora Luisa, la del quinto izquierda, hace dos años que enviudó. Desde entonces se toma con relativa calma el paseo de cada tarde. Puntual, a las cinco, la veo asomar su blanca cabellera por la puerta del portal; la veo salir despacio y me sonríe, con tanta dulzura que dan ganas de robar esa imagen sonriente para que al verla, siempre me sonría así.
Y con calma también se toma la vida el soltero, el del ático. No trabaja desde no sabe cuándo. Ha engordado no se sabe cuánto en los últimos meses, y no se sabe tampoco a cuántas mujeres habrá subido a su casa en lo que llevamos de semana. Es un ser libre. "Soy un ser libre, Paco", me dice cada vez que le guiño el ojo al verle salir del portal. Más que libre, yo diría que es un ser enigmático, hasta admirable. Es el 'solterón' del edificio. Solterón, desde que se divorciara hará ahora tres años.
Yo, por ejemplo, entre mirada y mirada, entre conversación y conversación con los vecinos que vienen y van, me tomo con calma la lectura diaria de todos los periódicos que no recogen los de las oficinas que están instaladas en la primera planta. El día a día de la empresa es un ir y venir de jóvenes trajeados. Un ir y venir de cajas y repartidores que no dejan de mirar el reloj a cada instante.
Por si acaso le pedí al presidente de la comunidad, hace algo más de un año, que me pusieran un reloj en la Portería. La verdad es que no me interesa saber la hora a la que entra la gente o la hora a la que se va. Es sólo porque así propicio que muchos de ellos miren a la enorme circunferencia con números que hay tras los cristales de mi posición. Así, propicio ligeras conversaciones, rápidos intercambios de palabras. Lo que da para un 'Hola y adiós. ¿Qué hora es?'. Lo justo. Lo que a los pobres, que siempre van con prisas, les da tiempo.
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