La extraña huida de la vecina

Dicen las malas lenguas que sucedió de la noche a la mañana: cogió todas sus pertenencias o, al menos, las que le cabían en una mochila Reebook que encontró de casualidad abriendo el armario de la entrada, metió la ropa que usaría en los dos días siguientes, un par de mudas para la niña, pañales por si acaso...y se largó.

Algunas vecinas vieron por la mirilla de sus puertas cómo bajaba las escaleras mirando asustada hacia atrás.

Ya en la última reunión de vecinos se acusó su ausencia e incluso en la votación para las próximas obras, se dieron cuenta de que voto era vital para sacar adelante el proyecto. Al final, ni voto, ni obras.

En los tres rellanos anteriores a su casa, unas vecinas comentan que se mudó y que sigue viviendo en el barrio. Un rumor al que otras acuden raudas a desmentir, asegurando que donde se ha marchado ha sido a casa de sus padres.

A su pareja, nadie ha vuelto a verle. Y aunque se dejaba notar poco por el vecindario, todo el mundo se ha acabado dando cuenta de que no es a él a quien echarán de menos por las tardes.

Ayer, a otra vecina le pareció verla paseando por la calle principal, empujando el triciclo de su hija. Pero ni giró la cabeza, ni tuvo oportunidad de llamar su atención para poder ofrecerla un cortés saludo. Tal vez uno que pudiera sonsacarle algunas palabras y las razones por las que abandonó tan de improviso la casa.

Así que el tema seguirá siendo un enigma en el vecindario, al menos hasta la próxima junta de vecinos, en que seguro vuelve a salir en la conversación, el tema de la extraña huida de la vecina.

Y a falta de portero que rellene las horas muertas del cotilleo vespertino, ya está el buzón, cada día más repleto de correspondencia, que indica que en verdad, ya no vive nadie allí.


La pareja

No es extraño verles pasear por la calle Zurbano, como si fuera media tarde, a las 8 de la mañana. Cogidos de la mano, charlando, ella con gafas de sol y él, con la corbata nueva.

Nadie apostó por ellos cuando presentaron al otro a la familia. Porque él era bajito y ella salía de tres relaciones fallidas. Ambos, sin hijos.

Pero ellos creyeron y continuaron. Decidieron vivir y saborear cada paseo como si fuera el primero que daban. Cogidos de la mano, contándose lo que acaban de vivir juntos o lo que ya habían visto a la vez. Cualquier tema siempre es bueno para una conversación.

La verdad es que ella parece mucho mayor que él. Sin embargo, nadie en el barrio lo asegura. Sólo comentan, con cierta envidia, lo bonito que es ver, cada mañana, a esa pareja de enamorados pasear. Aunque a donde vayan sea al trabajo.

Palabra prohibida

Desde que pasó lo que pasó, pronunciar su nombre en aquella familia erizaba la piel de cuantos estuvieran en la sala. Su recuerdo sólo traía malos presagios e incluso hacía llegar a la memoria de los presentes los tristes momentos vividos junto a ella y el dolor que causó su marcha.

Las comparaciones salían a relucir cuando se regañaba a los más pequeños o se reprendía a los jóvenes por las salidas continuadas y las llegadas a deshora. Mejor ejemplo que ella no había para corregir las conductas indebidas.

De un día para otro, desaparecieron de los álbumes las fotos en las que ella salía. También aquellas otras en las que algún miembro de la familia aparecía en su compañía. Y en cuestión de meses, su recuerdo gráfico se hizo transparente.

Al no sustituir esos huecos con fotografías nuevas, los espacios intuían que ahí estuvo ella alguna vez. Y no eran pocos.

De vez en cuando, se evitaba mencionar también a sus hermanos y amigos. Y las conversaciones comenzaron a llenarse de silencios que no buscaban otra cosa que un sinónimo que hiciera referencia a ella y a los suyos.

Las abuelas movían la cabeza en señal de lamento. Porque, en verdad, fue mucho el dolor que provocó mientras sí existió su presencia.

Con el tiempo, esos espacios en blanco y esos silencios fueron mayoría. Estaba sin estar, por lo que su falta de presencia en la familia casi ensombrecía el resto. No estaba, pero estaba...y mucho

No la nombraban, pero sabían todos que todos habían pensado alguna vez en ella.

Cada vez fueron más numerosos los silencios que las voces, hasta que un día su recuerdo apagó toda conversación en la casa. No la mencionaban por no causar más dolor, pero tampoco hablaban por no caer en ella o equivocarse y pronunciar por error su nombre.

Sin estar, consiguió callar a la familia. Al menos, ése había sido su triunfo.

La moneda

De manera telegráfica le vino a decir que se marchara. Fue un gesto rápido, pero preciso, de efecto instantáneo, pues ella se dirigió presta hacia su bolsa de deporte y salió del local sin hacer apenas ruido.

Mientras, él continuó limpiando la barra con la misma parsimonia de antes del vocerío, insistiendo más en las manchas de café que en las migas, levantando con repelús las copas de caña y los platillos del café, por si debajo de alguno estaba la moneda por la que esos dos habían iniciado la bronca.

Meneaba la bayeta sin demasiado garbo, pues sin querer, desde las primeras voces, sus ojos no podían dejar de mirar al abuelo de la boina, que fue el primero en pasar de los insultos a las manos, propinando a su contrincante la primera bofetada.

Del meneo, al otro se le cayeron hasta las gafas al suelo y, rotos los cristales y la poca dignidad que parecía haber sacado de casa ese día, rota también cualquier negociación a la que pudieran haber llegado.

El golpe resonó de punta a punta de la cafetería e hizo que los tres clientes que removían amargamente el café, salieran escopeteados por la puerta.

Los viejos se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, diciéndose no sé qué y no sé cuantos e insultándose como si no hubiera un mañana. Y de las palabras, pasaron a los azotes y de estos... a la extenuación más absoluta.

"Si es que tenemos una edad, Manolo".

Y acto seguido, el de la boina recompuso su atavío, como si realmente estuviera frente al espejo del portal de su casa. Chaleco raso,  cinturilla del pantalón bien subida... Metió su mano derecha en el bolsillo y sacó la moneda que al parecer había sido el motivo de la disputa.

"Manolo, que te he dicho que hoy pago yo".

Sinceramente tuyo

Madrid, 15 de abril de 2011

Hola, 

Parece mentira, pero ya hace más de un año que desistí de aquella invitación nunca respondida. Aquel café ya se quedó frío, tal vez sobre la mesa de algún bar cercano, y mi esperanza de volver a verte, helada, perdida y desolada, porque no lo hice, porque no apareciste ni contestaste mi llamada. 

Recuerdo que el tono sonó varias veces hasta que decidí colgar. Puede que fueran tres o cuatro...no lo recuerdo. Seguro que fueron más de dos. Mis nervios a flor de piel y mi mente pensando rauda una frase que decirte, sin sentido y sin espera de una respuesta igual de elaborada. 

Después, varios mensajes al móvil, un mail, más llamadas. Nada.

Sólo me queda la esperanza de que unas letras escritas sobre un papel, este papel, te hagan ver que te echo de menos y que aquel café aún sigue estando entre mis planes para cualquier fin de semana que quieras o en que te apetezca compartir azucarillos, unas risas o simplemente un café con posos, de los de cafetera de bar. 

Porque nada ha cambiado desde entonces. Sigo entonando el mea culpa  por no haber sabido educar a mi perro, por encontrarme solo cada vez que llego a casa y por gastar más de lo que puedo permitirme. Estos, ya sabes, son mis pecados confesables. Los otros, los demás, pensaba compartirlos contigo frente a un café solo...o con leche. 

¿Sabes? Sigo en el paro. Continúo soñando con esa oportunidad que nunca me llega. He hecho algunos bocetos desde aquél que te dije que haría a todo color..., pero nada. Están escondidos en el cajón, junto a los retratos y los bodegones que le hice a mi madre. Como te decía, nada ha cambiado. 

Sigo teniendo miedo a la página en blanco, al lienzo vacío, a las acuarelas que me amenazan entre color y color con no querer colorear nada. Y ni siquiera los carboncillos me ayudan. Puede que me haya quedado sin ideas. Sin ideas y sin ganas de esperar más ese café que me debes y no llega. 

Sólo espero que estés bien. Al menos, más que yo. 

Sinceramente tuyo. 

Yo.