De manera telegráfica le vino a decir que se marchara. Fue un gesto rápido, pero preciso, de efecto instantáneo, pues ella se dirigió presta hacia su bolsa de deporte y salió del local sin hacer apenas ruido.
Mientras, él continuó limpiando la barra con la misma parsimonia de antes del vocerío, insistiendo más en las manchas de café que en las migas, levantando con repelús las copas de caña y los platillos del café, por si debajo de alguno estaba la moneda por la que esos dos habían iniciado la bronca.
Meneaba la bayeta sin demasiado garbo, pues sin querer, desde las primeras voces, sus ojos no podían dejar de mirar al abuelo de la boina, que fue el primero en pasar de los insultos a las manos, propinando a su contrincante la primera bofetada.
Del meneo, al otro se le cayeron hasta las gafas al suelo y, rotos los cristales y la poca dignidad que parecía haber sacado de casa ese día, rota también cualquier negociación a la que pudieran haber llegado.
El golpe resonó de punta a punta de la cafetería e hizo que los tres clientes que removían amargamente el café, salieran escopeteados por la puerta.
Los viejos se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, diciéndose no sé qué y no sé cuantos e insultándose como si no hubiera un mañana. Y de las palabras, pasaron a los azotes y de estos... a la extenuación más absoluta.
"Si es que tenemos una edad, Manolo".
Y acto seguido, el de la boina recompuso su atavío, como si realmente estuviera frente al espejo del portal de su casa. Chaleco raso, cinturilla del pantalón bien subida... Metió su mano derecha en el bolsillo y sacó la moneda que al parecer había sido el motivo de la disputa.
"Manolo, que te he dicho que hoy pago yo".
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