Palabra prohibida

Desde que pasó lo que pasó, pronunciar su nombre en aquella familia erizaba la piel de cuantos estuvieran en la sala. Su recuerdo sólo traía malos presagios e incluso hacía llegar a la memoria de los presentes los tristes momentos vividos junto a ella y el dolor que causó su marcha.

Las comparaciones salían a relucir cuando se regañaba a los más pequeños o se reprendía a los jóvenes por las salidas continuadas y las llegadas a deshora. Mejor ejemplo que ella no había para corregir las conductas indebidas.

De un día para otro, desaparecieron de los álbumes las fotos en las que ella salía. También aquellas otras en las que algún miembro de la familia aparecía en su compañía. Y en cuestión de meses, su recuerdo gráfico se hizo transparente.

Al no sustituir esos huecos con fotografías nuevas, los espacios intuían que ahí estuvo ella alguna vez. Y no eran pocos.

De vez en cuando, se evitaba mencionar también a sus hermanos y amigos. Y las conversaciones comenzaron a llenarse de silencios que no buscaban otra cosa que un sinónimo que hiciera referencia a ella y a los suyos.

Las abuelas movían la cabeza en señal de lamento. Porque, en verdad, fue mucho el dolor que provocó mientras sí existió su presencia.

Con el tiempo, esos espacios en blanco y esos silencios fueron mayoría. Estaba sin estar, por lo que su falta de presencia en la familia casi ensombrecía el resto. No estaba, pero estaba...y mucho

No la nombraban, pero sabían todos que todos habían pensado alguna vez en ella.

Cada vez fueron más numerosos los silencios que las voces, hasta que un día su recuerdo apagó toda conversación en la casa. No la mencionaban por no causar más dolor, pero tampoco hablaban por no caer en ella o equivocarse y pronunciar por error su nombre.

Sin estar, consiguió callar a la familia. Al menos, ése había sido su triunfo.

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