La chica de los rizos negros

Tiene el aspecto de no dar los buenos días a nadie, de bajar las escaleras del metro contando peldaño a peldaño para calcular el número de segundos que tarda en recorrer cada tramo. Viste de negro porque ha oído que el color oscuro tiene el efecto óptico adelgazante y porque, ¡qué diablos!, es elegante. 

Por eso lleva años sin aplicar otro tono, ni en su atuendo ni en su propia vida. Porque la depredadora rutina, la de las grandes ciudades, le ha absorbido toda la gama de colores que gobernaba su existencia cuando aún no había cumplido los 25.

Y aunque la luz de los focos de la estación, que ciega a quien osa mirarlos de frente igual que los flashes de las cámaras fotográficas, deslumbran e iluminan en exceso estas estancias sin más tonalidad que el amarillo que ofrece la humedad a las paredes, ella mira para abajo. Camina por los pasillos y llega al andén con la cabeza gacha. 

Y ahí, esperando al metro con cierta timidez y desidia, abre el periódico gratuito y lee cada noticia absorbiendo  las letras como si quisiera retener el tiempo en cada palabra.

Hoy la ha saludado una vecina. Le ha preguntado por su hija y le ha contado en menos de 10 minutos, cómo transcurrió la última reunión de vecinos celebrada a pie de calle, en las escaleras del portal. 

Ella, desviando la mirada cada vez que tenía ocasión, ha asentido y negado con movimientos de cabeza simulando estar prestando atención, pero no ha pronunciado ni una palabra. Tenía cosas más importantes en la cabeza. Quería hacerla tragar el periódico para que callara, ¡estaba rompiendo su rutina y hoy, por mucho que quisiera, ya no sería igual a ayer!

- Cosas del metro, hoy se retrasa de nuevo. Llegaré tarde otra vez. Una faena... replica su vecina con insistencia.

Ella mira de reojo a la mujer que tiene enfrente, en el otro andén. Está sola, leyendo el periódico. Y siente envidia de su soledad. 

Tal vez mañana tenga que llegar cinco minutos antes. No sea que se encuentre a alguien inesperado. No sea que mañana, sea como hoy. No sea que ya ningún día sea diferente...

Rutinas

No me interesa nada la mayoría de las historias que se cuentan en la calle. Pasear, desperezarme con el primer aire de la mañana y observar si las ventanas más altas de los edificios permanecen abiertas esperando recibir la primera brisa, entonan mi día a día y lo llenan de luz.

Porque el periódico sólo trae malas noticias o noticias aburridas. Porque mis vecinos prefieren comentar vidas privadas, vidas ajenas y vidas que no me interesan. Porque en trabajar malgasto mucha cantidad de horas...y es ése, el primer momento de cada mañana, cuando aprovecho a saborear los pequeños detalles que me regala el mundo.