Septiembre ha arrancado al cielo las primeras gotas del verano, y como aseguran los hombres del tiempo, parece que las de esta tarde serán las últimas. Llueve en Madrid, pero pese a la tormenta, la plaza de Callao está tan llena de gente como siempre. Gente que corre camino del metro, enamorados que, ajenos a la lluvia, pasean grabando todos los segundos de este sábado, saboreando cada momento y reviviendo una primavera que puede prolongarse indefinidamente.
Muchos caminan con pasos cortos, resguardándose bajo las puertas de los comercios y otros incluso fingen que entran a mirar y a comprar, ocultando a los dependientes que en realidad tienen miedo a mojarse.
Una pareja corretea bajo las gotas buscando con la mirada cuál será su próximo destino. Ella lo abraza con cariño sujetando su cintura, evitando que se resbale. Y él, sonríe con ternura, feliz.
Y la música inunda por un momento toda la plaza. Roba la atención de los que se resguardan y hechiza la tarde. El sonido desafinado del violín ha obligado a girar la cabeza al hombre que, ataviado con sus peores galas, se ha aventurado hoy, por primera vez en su vida, a salir a la calle con sus tres gatos y un cartel escrito a mano, a pedir limosna. Lleva mucho tiempo desempleado. "Éste no es un camino indigno", piensa para sí.
Y de nuevo todas y cada una de las situaciones, de las miradas, de los movimientos, consiguen describir a la perfección el alma de esta plaza, que nunca duerme y que convierte cada tarde a la ciudad en la urbe de las mil caras: que celebran, que ríen, que corren...Una plaza que acoge vidas y almas llegadas de todas las partes del mundo, sin importarle a dónde se dirigen ni qué harán al día siguiente.