Un bracito en cabestrillo

Sus pasos se oyen desde la otra punta del pasillo y su risa resuena dentro de las habitaciones arrancando una sonrisa a todos los que tienen por compañeras de fin de semana a la almohada del hospital. 

Hoy empuja un carrito dentro del que permanece recostado un bebé de  goma del tamaño de una mano adulta. Es su muñeca nueva. Ayer fue un globo amarillo, regalo de sus abuelas por su primer cumpleaños.

Y su madre, que la mira de reojo, sonríe admirando la entereza de su hija pequeña, que con una mano parece solucionar hasta los mayores problemas del mundo. 

Una enfermera se adentra en su habitación. Es la hora de las curas. Pero no se asusta con las gasas, las pinzas y los enjuagues, porque un caramelo le devuelve al estado de ensoñación que curiosamente todos olvidamos a medida que nos vamos alejando de la infancia. - ¡Rico! - grita entusiasmada mientras pide con la mirada a su madre que le desenvuelva el dulce para llevárselo a la boca. 

Parece que mañana le darán el alta. Ella no lo sabe, pero su madre le tiene preparada en casa una fiesta sorpresa. De pronto la ilusión por verla en pijama paseando por los pasillos de la casa devuelve la sonrisa al rostro de su madre, que carga desde hace días con la preocupación de ver a su pequeña, por culpa de un brasero, con un brazo en cabestrillo. 

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