Adornos

Desde el suelo, observa a su madre que acaba de subirse a un altillo para rescatar del fondo del armario una caja de cartón llena de trastos. Decide empezar a entretenerse con la cinta de espumillón dorado que se ha quedado solitaria en el pasillo.

Observa cómo, con suma delicadeza, su madre coloca pieza a pieza todas las figuritas del belén: los pastores, las ovejas, los puentes y las casitas, mientras él decide enroscarse el cuello con la cinta, a modo de bufanda.

Terminado el pequeño poblado, con su mugso y su pesebre, su madre ha regresado al armario a por una caja de cartón del tamaño de su hermano mayor. De una bolsa de tela marrón, saca tres bolas. Brillan. Están prendidas de un hilo y desde ahí, tal como hace su madre, quedarán todas colgadas de cada una de las ramitas de ese abeto verde que ahora ocupa la mitad de su salón.

Le gusta acercar sus dedos a la purpurina que va soltando sobre el suelo una de las bolas doradas del árbol.

En un momento, el árbol ha quedado adornado con bolas de mil colores, una estrella dorada en lo alto y unas cuantas tiras llenas de lucecitas de muchas tonalidades diferentes.

- Mamá, ¿nosotros somos más de árbol o de belén? -, le pregunta el pequeño, sorprendido de que en un momento se haya transformado su casa.

- De las dos cosas, hijo. De las dos cosas -, le responde la madre, que le mira con tristeza, intentando mantener la alegría en unas fechas que parecen haber abandonado la sinceridad hace ya muchos años.

Feliz Navidad

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