El metro de Madrid y sus gentes son un abanico de muestras de lo que uno se puede encontrar en la sociedad. Hay personas amables que, al entrar saludan bien con la cabeza, bien de palabra, al taquillero que impaciente mira el reloj cada cinco minutos por ver si ha llegado ya su hora de salida. Los hay que no saludan y lo miran con recelo, no se sabe bien si envidiando su calmado trabajo o anhelando poder custodiar, como él, la entrada a partir de los tornos al interior de la ciudad.
También hay otros que pasan cabizbajos, con prisa, con sueño...y no saludan.
Y si llegados al andén, el suburbano emite el pitido que indica que se cerrarán de inmediato sus puertas, encuentras caras sonrientes de aquellos que corren y saben que llegarán a entrar, también están los que ni siquiera corren y sólo divisan con la mirada el cartel de neón que indica cuánto tardará el siguiente, o los que ya por correr, se desesperan.
Dentro del vagón aguardan aquellos otros que sí entraron, o los que venían de otra estación. Los hay que leen, los hay que observan a los que afuera corren para llegar a entrar, y hay también los que como yo, observan las jugadas del resto esperando encontrar la inspiración para escribir un relato sobre el metro y sus viajeros.
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