Fin de fiesta

El suelo estaba lleno de globos rotos, de serpentinas de colores y de servilletas de papel usadas. Y mientras todos iban saliendo por la puerta, él continuó observando el panorama desde una esquina de su salón. La fiesta había terminado, y en su recuerdo aún seguía saboreando los suaves aromas de la crema de marisco, del asado, del dulce de leche que tomó de postre... Bajo su lengua, aún seguían cosquilleándole las burbujas del champán. 

Triste, y ya solo, se preguntaba a sí mismo cómo el tiempo había pasado tan rápido.


Se preguntaba cuándo comenzó el día en que dejó de sentir nada. En que dejó de esparcir serpentinas por el suelo y de beber champán. Se preguntó cuándo el mundo había comenzado a estar del revés, y la justicia no era ya justicia sino sonido de pandereta. Se preguntó cuándo mover los hilos de lo que no está bien, estaba mal. 

Se levantó, apagó las luces y fijando su mirada en un punto fijo de la pared comenzó a dar vueltas como una peonza. Cada vez más rápido. Cada vez más lejos del suelo, como si volara. 

Las lágrimas le recorrían el rostro a la misma velocidad de sus vueltas. Cada vez más. Cada vez más abundante. 

Y tras el desmayo que continuó al mareo, recordó que estaba solo. Y que ésa era la razón del desorden. 

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