Sonríe mientras le acaricia la mano y fija la mirada en los pocos cabellos que ya le quedan. Hace tiempo que quiere decirle que la edad no perdona y que el atractivo, antaño tan evidente, hoy se esconde entre arruga y arruga y aparece cada vez que le guiña el ojo derecho, con suma complicidad.
Él acerca la palma de la mano a su mejilla y continúa hablando. Le cuenta que ayer por la tarde vino Pablito con su pelota nueva. "¿Te diste cuenta de lo travieso y lo inquieto que es? Su padre era igualito que él a su edad", le comenta.
La mira, esperando una reacción en su rostro obnubilado. Y continúa hablándole del buen tiempo que hace fuera, de que se está acabando el invierno y de que el sol brilla y hace ya algo de calor.
Le habla de la primavera en que se conocieron, de la primavera en que se casaron y de la primavera en que llegaron los mellizos. Marzo siempre fue su mes. "Siempre dijimos que en marzo renacía todo". Y ella asiente, ausente pero atenta a las arrugas de su cara.
Su voz suena cansada. Hace ya mucho que ella no recuerda nada. Ni siquiera sabe quién es. Y tras más de medio siglo juntos a él la insistencia le puede. La insistencia y el amor por esos ojitos brillantes con los que ha compartido toda su vida.
"No sé qué nos traerán de comida, la enfermera parece que se retrasa".
Ha decidido quedarse (para siempre o por hoy), comer con ella y seguir charlando en la sobremesa. No sabe sobre qué será mejor hablar para conseguir arrancarle una carcajada. Ayer se dio bien y estuvieron toda la tarde riendo.
Y piensa <<¿por qué no?, probaré a contarle la historia de cuando nos equivocamos de puerta. Tal vez le haga gracia con un par de gesticulaciones>>. Le merece la pena intentarlo. Su sonrisa es la mejor recompensa.
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