Desde que en el trabajo me llamaron ególatra, no puedo dejar de mirarme, e incluso ya no me da vergüenza pasear por la calle buscando cristaleras y escaparates que me permitan verme de cuerpo entero. Es más, lo hago sin pudor, sin esconderme y sin mirar de un lado a otro para ver si alguien me está observando.
No hago nada malo. Simplemente me miro, desde los pies hasta la cabeza. Reviso si mi andar y mi perfil muestran la entereza que quiero llegar a mostrar a los demás. Me gusto, simplemente.
Muchas mañanas me digo a mí mismo que éste será un buen día, el mejor de todos. El mejor...como yo, como éste que suscribe estas líneas consciente de que las leerá repetidas veces hasta autoconvencerse de que son tan significativas como mi propia presencia.
Nadie nos dice lo buenos que somos hasta que faltamos. Así que si comienzo a decírmelo yo, tal vez los de mi alrededor se den cuenta de que no falto, de que siempre estoy ahí, mirando, observando, proyectando hacia ellos una imagen de mí mismo que el tiempo y los tropiezos me han ayudado a construir. Yo mismo, para mí y para los demás. Así he aprendido a ser...
...Y de momento, me va muy bien.
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