"Como lo oyes. Tal como te lo digo, lo siento. Y lo siento mucho, créeme, pero no creo que deba seguir viéndote más. Ni tú a mí. No creo que debamos seguir viéndonos. Es mejor olvidarnos. Yo, por mi parte lo voy a hacer...lo voy a intentar".
La carta finalizaba ahí. Más bien la nota. Aunque pensándolo bien, nunca pasó de post-it pegado en la nevera.
Este mensaje, escrito con lapicero, ha estado adornando mi cocina tres largos años. Treinta y seis largos meses durante los que he esperado y deseado que se despegara y cayera al sueño, que se rompiera la burbuja de cristal que parecía encerrar cada una de las letras y que fuese todo un mal sueño.
Pero nada ha ayudado esa caída. Me empeñé en cocinar con la olla a presión, provocando vaho a diestro y siniestro. Y nada.
Cada vez que salía por la puerta, ahí estaba, mirándome, siguiéndome a cada paso, observando mis giros de cabeza hacia otro lado y evitando que todas las mayúsculas me persiguieran.
Hoy he decidido tirar a la basura todos los bolígrafos y las plumas estilográficas. Todos los lapiceros e incluso los papeles han ido al vertedero. Recupero el ordenador con la esperanza de que el post-it caiga de aburrimiento al suelo y las letras del siniestro mensaje desaparezcan al son del tecleo que a partir de hoy está marcando mi día a día...
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