Sé que me quieres porque me buscas, porque has convertido mi regazo en tu cama y porque traduzco tu vibrante ronroneo como la muestra más evidente de que mi calor es el calor que necesitas.
Hoy estás tan cariñosa como ayer. Has venido a buscarme a la cama y con un ligero pero sonoro maullido me has dado los buenos días, hasta conseguir despertarme. Y mientras yo remoloneaba intentando alargar las primeras horas de esta mañana de domingo, has decidido apoyar todo tu cuerpo sobre el mío, por si encontrabas algo mullidito en lo que descansar.
Ha sido una noche dura. Te quedaste sin pienso en medio de la madrugada y tu único consuelo parece ser que ha sido dormir sobre un cojín al que ya, después de tanto roce, hasta le han salido pelotillas.
Me buscas, me persigues por el pasillo y te restriegas por mis piernas alzando tu rabo hacia el cielo. Es tu manera de hacerme ver que tu cuenco lleva vacío desde las 3.
Y, sin calcular la distancia, decides de un salto hacer tuyo el sofá. Hoy es domingo, pensarás, puedo ser la dueña de este cómodo camastro.
Me he dado cuenta de que tu pelo brilla con la luz del sol, y de que puede que no sea el más bonito de la raza gatuna, pero me gusta, me gustas tú, y dentro de ti, esa manera tan curiosa de hacerme saber que, aunque no me lo digas, soy especial para ti.
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