Carcajadas

Todas las noches, después de trabajar, se quedaba frente al espejo  mirándose con expresión extraña, mientras apoyaba el algodón sobre sus párpados intentando borrar las sombras blancas y rojas del maquillaje. Le costaba quitarse toda la pintura de una vez, e incluso algunas mañanas llegaba a amanecer con algunos restos bajo las cejas. 

'Esto ha sido todo, amigos', se decía para sí, mientras dejaba resbalar sobre su rostro las últimas gotas de agua fresca de cada día. Se pasaba la mano sobre el pelo, lo revolvía y se dirigía a la cama de nuevo, imitando las sonrisas ganadas tras la jornada. 

Estiraba la ropa de trabajo sobre la cama, rompía los pliegues mal formados de las telas de colores y la llevaba a lavar. Y de camino a la cocina, pensaba en el atuendo del día siguiente, tenía que impresionar.

Una noche decidió no estirar el uniforme. Y a la noche siguiente, decidió no echarlo a lavar. Pensaba que a medida que fuera dejando de hacer tareas rutinarias, conseguiría atrapar un poco más la alegría mostrada durante su trabajo. Tal vez, de fingida, pasaría a real. 

Una mañana en que amaneció pintado tal como se fue a la cama, decidió marcar aún más la sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, decidió curvar aún más los arcos que ya le sobrepasaban las cejas y exageró, con rojo carmín, los rosetones de sus mejillas. 

Quería reír, escapar de aquella casa y recuperar la carcajada que ayer, un niño le dedicó junto a su madre en el hospital. 

Pocos trabajos como aquél le reportarían tanta felicidad. Pocos gestos como el que llevaba marcado en sus mejillas le recordarían que lo único que no ha de perderse la vida, debe ser la sonrisa. 

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