La extraña huida de la vecina
Algunas vecinas vieron por la mirilla de sus puertas cómo bajaba las escaleras mirando asustada hacia atrás.
Ya en la última reunión de vecinos se acusó su ausencia e incluso en la votación para las próximas obras, se dieron cuenta de que voto era vital para sacar adelante el proyecto. Al final, ni voto, ni obras.
En los tres rellanos anteriores a su casa, unas vecinas comentan que se mudó y que sigue viviendo en el barrio. Un rumor al que otras acuden raudas a desmentir, asegurando que donde se ha marchado ha sido a casa de sus padres.
A su pareja, nadie ha vuelto a verle. Y aunque se dejaba notar poco por el vecindario, todo el mundo se ha acabado dando cuenta de que no es a él a quien echarán de menos por las tardes.
Ayer, a otra vecina le pareció verla paseando por la calle principal, empujando el triciclo de su hija. Pero ni giró la cabeza, ni tuvo oportunidad de llamar su atención para poder ofrecerla un cortés saludo. Tal vez uno que pudiera sonsacarle algunas palabras y las razones por las que abandonó tan de improviso la casa.
Así que el tema seguirá siendo un enigma en el vecindario, al menos hasta la próxima junta de vecinos, en que seguro vuelve a salir en la conversación, el tema de la extraña huida de la vecina.
Y a falta de portero que rellene las horas muertas del cotilleo vespertino, ya está el buzón, cada día más repleto de correspondencia, que indica que en verdad, ya no vive nadie allí.
La pareja
Nadie apostó por ellos cuando presentaron al otro a la familia. Porque él era bajito y ella salía de tres relaciones fallidas. Ambos, sin hijos.
Pero ellos creyeron y continuaron. Decidieron vivir y saborear cada paseo como si fuera el primero que daban. Cogidos de la mano, contándose lo que acaban de vivir juntos o lo que ya habían visto a la vez. Cualquier tema siempre es bueno para una conversación.
La verdad es que ella parece mucho mayor que él. Sin embargo, nadie en el barrio lo asegura. Sólo comentan, con cierta envidia, lo bonito que es ver, cada mañana, a esa pareja de enamorados pasear. Aunque a donde vayan sea al trabajo.
Palabra prohibida
Desde que pasó lo que pasó, pronunciar su nombre en aquella familia erizaba la piel de cuantos estuvieran en la sala. Su recuerdo sólo traía malos presagios e incluso hacía llegar a la memoria de los presentes los tristes momentos vividos junto a ella y el dolor que causó su marcha.
Las comparaciones salían a relucir cuando se regañaba a los más pequeños o se reprendía a los jóvenes por las salidas continuadas y las llegadas a deshora. Mejor ejemplo que ella no había para corregir las conductas indebidas.
De un día para otro, desaparecieron de los álbumes las fotos en las que ella salía. También aquellas otras en las que algún miembro de la familia aparecía en su compañía. Y en cuestión de meses, su recuerdo gráfico se hizo transparente.
Al no sustituir esos huecos con fotografías nuevas, los espacios intuían que ahí estuvo ella alguna vez. Y no eran pocos.
De vez en cuando, se evitaba mencionar también a sus hermanos y amigos. Y las conversaciones comenzaron a llenarse de silencios que no buscaban otra cosa que un sinónimo que hiciera referencia a ella y a los suyos.
Las abuelas movían la cabeza en señal de lamento. Porque, en verdad, fue mucho el dolor que provocó mientras sí existió su presencia.
Con el tiempo, esos espacios en blanco y esos silencios fueron mayoría. Estaba sin estar, por lo que su falta de presencia en la familia casi ensombrecía el resto. No estaba, pero estaba...y mucho
No la nombraban, pero sabían todos que todos habían pensado alguna vez en ella.
Cada vez fueron más numerosos los silencios que las voces, hasta que un día su recuerdo apagó toda conversación en la casa. No la mencionaban por no causar más dolor, pero tampoco hablaban por no caer en ella o equivocarse y pronunciar por error su nombre.
Sin estar, consiguió callar a la familia. Al menos, ése había sido su triunfo.