Admiro a los músicos que tocan el acordeón a la salida del metro desde las 7 de la mañana. Admiro a los violinistas que interpretan las Cuatro Estaciones en zapatillas de estar por casa. Admiro a los niños pequeños que madrugar para ir cada día al colegio y pierden y recuperan varias veces la ilusión por entrar en clase en el corto trayecto que separa sus casas de su próximo destino. Admiro a las madres que creen que no se están sacrificando, pero lo hacen. Admiro a los vagabundos que buscan cualquier hueco en el portal de un cajero para acomodar la que será su cama hasta que les echen de allí. Admiro a la gente de campo, que conoce su tierra, que reniega de las ciudades. Admiro a la gente de ciudad, que busca belleza entre el asfalto y la encuentra en cada pequeño detalle. Admiro a los artistas porque han luchado por hacerse entender. Admiro a los optimistas por ver todo siempre de colores y a los optimistas porque son capaces de encontrar negatividad hasta en la alegría.
Admiro a los serios y a los locuaces. Admiro las letras, porque puedes jugar con ellas.